Omegaverse: Jerarquía - Capítulo 1: Omega - Page 2 (2024)

 

Las palabras de Jacqueline no amedrentaron a la mujer en absoluto, quien lejos de reglar la faceta que la chica quería que revelara, se limitó a forjar una pequeña sonrisa con la boca cerrada. Jackie observó su figura nuevamente, sus brazos delgados, cabello recogido en un elegante moño, uñas perfectamente pintadas. Dioses, parecía la clase de persona que tiene los dientes perfectos sin necesidad de aparato.

—Bien, Jacqueline –murmuró mientras ojeaba los documentos de una sencilla carpeta beige.
Por lo visto no has tenido una vida fácil, ¿verdad?

Jackie parpadeó dos veces ante la pregunta de la mujer. ¿Estaba segura de que no había muerto? ¿Y si estaba en el cielo y una psicóloga celestial muy molesta la estaba haciendo pasar por un examen para decidir si merecía acceder al paraíso? Un breve pellizco en el brazo le confirmó que, por suerte o por desgracia, seguía viva. Posiblemente lo segundo.

Posó sus fríos ojos azul cobalto sobre la mujer y la pregunta, o mejor dicho, afirmación disimulada, que había hecho.

—¿Me lo dice o me lo cuenta? –respondió, recuperando su usual sarcasmo–. Si ya sabe la respuesta, no veo la necesidad de hacer preguntas estúpidas.

—Vaya, tienes carácter —contestó la mujer mientras examinaba a Jackie y las correas que la sujetaban, como si intentara comprender cada centímetro de la chica–. También un rasgo difícil de encontrar en una neurótica... Y suicida. ¿Qué te incitó a intentar quitarte la vida con tan solo ocho años?

Ella disimuló su estupefacción al escuchar todo lo que aquella mujer aparentemente sabía de su pasado, y se esforzó por mantener una expresión neutral, como si nada de eso tuviera importancia en su vida. Realmente nada lo hacía.

—Por lo visto hay algo que no sabe sobre mí —contestó Jackie triunfal. No le gustaba que le analizaran como a una cobaya encerrada en su rueda, aunque eso eso fuera precisamente lo que estaba haciendo aquella mujer con ella.

Esta sacudió su mano con elegancia, como si quisiera quitarle importancia al pequeño interrogatorio al que la estaba sometiendo.

—Oh, sí lo sé, querida, solo quería socializar un poco. Solo me gustaría saber qué pasaba por tu cabeza en ese momento. Ahora eres uno de los nuestros, y es mi deber conocerte, a ti y a tu pasado.

¿Uno de los suyos? ¿Quién era esa mujer, dónde había ido a parar ella? ¿Había sido rescatada por una secta? ¿Aquello se podía llamar rescate? Docenas de preguntas bombardearon la mente de Jackie, quien trató de mantener su fachada de impasibilidad y se limitó a poner los ojos en blanco. Como dice el refrán: si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él.

—Muy bien, señora investigadora, si socializar hace que me cuente qué demonios está pasando aquí, ¡adelante, socialicemos! Pero antes quiero saber su nombre.

La rendición de Jackie animó a la mujer a acercarse a donde esta se encontraba recostada, todo ello con su calculadora sonrisa y expresión de seguridad.

—Me llamo Anaïs Verlain, y soy la directora de Omegaverse, donde ahora mismo te encuentras —respondió la ya nombrada mujer. Sin embargo, sus escasas respuestas solo hicieron que Jackie tuviera nuevas preguntas—. Hechas las presentaciones, quiero saber qué se pasaba por tu cabecita en ese momento. Lo has prometido.

Jackie, tremendamente confusa y con un incipiente dolor de cabeza, se resignó a responder. Si quería respuestas debía contestar a sus preguntas.

—Como ya sabrás, Anaïs, –comenzó por tutear a la directora—mis padres fueron asesinados el día que mi octavo cumpleaños por un sicario de un grupo de traficantes al que mi padre debía dinero, se supone que por un incidente de tráfico de drogas. De regalo conseguí una preciosa estampa de mis padres cubiertos de sangre mientras les era robada la vida. Cuando la policía vino a investigar el caso, me encontraron a mí como única superviviente y me llevaron a un orfanato en París.

—Imagino que no lo pasaste muy bien allí —supuso Anaïs.

La chica la miró con expresión escéptica. No sabía si la tal Anaïs estaba jugando con ella o verdaderamente era tan estúpida. Era obvio que no disfrutó de su estancia en el orfanato Saint Jean.

—Todas las noches mis padres aparecían en mis pesadillas, y no podía evitar gritar de puro terror —continuó Jackie con la mirada cada vez más sombría—. ¿Sabes ?, no creo que eso les agradase al resto de mis compañeros de habitación. Como castigo, cada vez que gritaba por la noche, me sumergían en una bañera de agua helada durante un minuto. Según ellos, así aprendería la lección. Novatos.

—Pero no fue así, ¿verdad? —cuestionó Anaïs—. Fuiste tú quien les enseñaste una lección.

—Tuvieron que aprenderla por las malas —respondió Jackie con un encogimiento de hombros—. Tras dos meses inaguantables, una noche me decidí a parar ese dolor. Después de mucha planificación, logré hacerme con dos cuchillos de la cocina sin que las cocineras me viesen. Aquella noche, cuando la historia se repitió, conseguí cerrar la boca de tres de mis cinco compañeros de habitación. Me imagino que conoces el resto de la historia: los otros dos lograron escapar y contárselo a una de las monjas que cuidaba de nuestra pasillo aquella noche. Salta a la vista que no hizo un buen trabajo.

—Y tú cometiste tu primer intento de suicidio. El primero de dos.

Un suicida es un asesino, después de todo.

—Exacto —contestó la morena, mientras intentaba acomodarse en la medida de lo posible—. Sin embargo, era una cría y no conseguí hundir el cuchillo lo suficiente como para matarme. Las monjas me llevaron a un hospital, más deseosas de librarse de mi que por mi recuperación. Aunque no las culpo... Después de salir del hospital fui llevada a un reformatorio, en el que permanecí cuatro años, hasta que regresé de vuelta a un orfanato. No obstante, esta vez una estúpida y solidaria pareja estéril decidió adoptarme y tratar de darme un nuevo hogar en el que crecer con normalidad. No importa lo que pasó, el caso es que mi segundo intento de suicidio, esta vez mucho más planeado, también fue frustrado.

—Parece que no has tenido suerte en la vida, Jacqueline.

—Más bien parece que la vida no ha tenido suerte conmigo.

Anaïs se frotó la barbilla, mitad pensativa mitad sonriente.

—Serás una gran omega, Jacqueline Allard, no me cabe duda.

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